Mañana se contarán seis años desde la muerte de Andrés
Montes.
Seis largos años desde que dejé de disfrutar del baloncesto.
Para siempre. Del baloncesto, de la música, del cine, de la literatura… Al
menos de la misma forma en la que hasta entonces lo había hecho. Y aunque no
vaya a ser la dedicatoria más brillante ni la mejor escrita, me gustaría
aprovechar el espacio que Los Hombres de Alberto me ceden en su blog para
rendir un pequeño homenaje al crack, al jugón.
Y es que desde el 16 de octubre de 2009 tengo una extraña
sensación. Una sensación que jamás había sentido hasta que supe que aquel
curioso personaje, al que jamás vi en persona, nos había dejado para siempre.
Una sensación de falta de plenitud incluso en los momentos más felices. Un
continuo pensamiento de “¿y si hubiera visto esa jugada de Pau?”, “y si escuchara
esta canción, ¿La pondría al final de los partidos?”, “Y qué pensaría de este
libro”…
He intentado pasar a negro sobre blanco (al revés en este blog) el porqué de ese
sentir e intentar explicar lo importante que fue para mí y para muchos de mi
generación; ese nudo en el estómago cuando lo recordamos que sólo te puede
causar la ausencia de un familiar o un ser querido. Pero no hay palabras que
puedan hacer ver el vacío que dejó en nosotros la perdida de Andrés
Montes. Me conformo con que haya gente
que me lea y sepa de lo que estoy hablando. Estoy seguro de que mis “hermanos”
Fidel, Rookie, Chas, Wuz y muchos otros más, me entenderán.
Creo que no hay nada más triste que vivir en la
indiferencia, en la medianía. En no saber ocupar tu sitio en un mundo que pasa
a toda prisa y en el que pocos dejan su impronta. Pero no está al alcance de
cualquiera el dar que hablar, el dejar huella. Por eso hablamos de genios. Y
Andrés Montes González fue uno de estos.
Siempre, desde su muerte, he dicho lo mismo y creo que lo
mantendré hasta mi último día en este barrio. Mis padres me criaron y Andrés
Montes me educó.
Descanse en Paz.